
Idalia Rivera
La arpillera en palabras de Idalia Rivera
Mi arpillera refleja la multiculturalidad que tenemos en el campamento donde vivo. Vivo en un campamento rico. Rico en multiculturalidad, en conocimientos, en infancia, en diversidad. Es un campamento que lo hicimos nosotros. Siendo un desierto, lo convertimos en un paisaje. Es un pueblo bien construido, construido con fe, con fortaleza, con una mano de obra que viene del amor. En los talleres de arpillera he podido recrear eso. En los talleres nos sentamos, dialogamos, trabajamos. Hacemos historias.
La historia de Idalia Rivera
Sentarme a hacer los muñequitos en los talleres de arpillera me devuelve a la infancia, al campo en la zona sur de Colombia. Cuando éramos niñas siempre queríamos jugar a las muñecas, y como mi mamá no tenía con que comprar una muñeca, hacíamos las muñecas de trapo. Las hacíamos de cualquier trapito y para el pelo le colocábamos el pelito de choclo, de mazorca.
Mi niñez fue una niñez muy alegre pero también muy triste. Alegre porque éramos muchos hermanos y nos amábamos, nos cuidábamos entre nosotros. Pero triste porque vivíamos sufrimientos. Mi mamá fue mamá soltera. Vivíamos de la fruta que cosechábamos.
Nos subíamos a los árboles, tumbamos los mangos, y los recogíamos en 20 sacos. También el totumo [un tipo de calabaza que crece en los arboles]. Para cosechar el totumo, teníamos que levantarnos a las 4:30 de la mañana para ir al monte. Después de cosecharlos, los cargábamos en sacos en la cabeza para retornar a la casa. Se cocinan en agua y se secan al sol y se quedan blanquitos hermosos, para usar como recipientes. Me emociono cuando veo esos árboles de totumo. Es algo que es tu cultura y es una maravilla.
Después de la cosecha mi mamá tenía que ir por dos, tres días para vender la fruta, el totumo, y nosotros quedábamos en el campo en la casa muy solos. Al estar solos, nos ponía en peligro de violencia, de violaciones. Eso viví yo. Una violación a los 9 años. Era tan difícil, tan duro. No había psicólogo. Pasó y tenía que seguir trabajando. Pero lo pude ir superando sola, pidiéndole a Dios que me ayudara a fortalecerme.
Mucho tiempo después, fui una de las primeras en llegar aquí al campamento en Antofagasta. Eran tres casas no más. Ahora somos 500 familias, cerca de 2.250 personas. He sido dirigente por ocho años. Ha sido para mí un desafío, manejar esa comunidad en la directiva con mis compañeras. Ha sido muy difícil pero no imposible. Es impresionante vivir en medio de donde decían, o dicen aún, que no es vivible. Es una maravilla. Nosotros hemos venido a aportar, a embellecer.